miércoles, 28 de octubre de 2009

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Una brisa que llena mis pulmones de tranquilidad, una brisa que trae esa frescura tan esperada en un dia de calor. El verde imponente, el movimiento de las hojas y el ruido del pequeño arrollo. Un lago frío y cálido. Una mañana llena de olores y una noche iluminada por las majestuosas estrellas y la luna.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Leer...


Siempre hay tiempo, aunque sea un ratito cada día. Cuando todos se durmieron, en ese silencio, que de tan profundo aturde si no se aprende a disfrutar, y que solamente se quiebra con el crujido del papel al pasar de una página a otra. Una tranquilidad que llena nuestros oídos de una historia ajena, que se hace propia. Un reloj que sigue funcionando, las horas que pasan y, de pronto, es de madrugada. Cada descripción nos muestra un lugar diferente. Nos invita a sentir aromas, a vivenciar climas, a ponernos en la piel de otro. A reír con un personaje, de ficción o real (pero de otros tiempos), a sentir como propias sus tristezas, a recorrer su mismo camino…

Quizás, en solamente cuatro horas nacimos, crecimos, tuvimos hijos, los vimos madurar, superamos adversidades y llegamos al final de esta vida en la tierra, a veces de manera predecible y a veces no. Con la última palabra que leemos, ya empezamos a extrañar a esos otros, que durante un tiempo fueron tan reales como la propia vida. Tres, cuatro, cinco días –a veces muchos más– en los que buscamos cualquier excusa para alejarnos de nuestra realidad y sumergirnos en esas páginas. Sólo para volver a ellos, para dejarnos contagiar de sus vivencias. Después, cuando todo termina y pareciera que nos quedamos sin nada, empezamos a rescatar enseñanzas, y la sintonía con la historia se vuelve nostalgia y se transforma en aprendizaje.

En definitiva, leer es saber que uno no está solo. Es más, es una excusa para permanecer sin compañía y disfrutar justamente de esa soledad. Es vivir otra vida paralela. Es inspiración, es aprender de otros, es viajar con los sentidos, es seguir un razonamiento y aprender a pensar con él. Leer es descubrir el mundo y conocer otras religiones y costumbres. Leer es tener la certeza de que otros vivieron igual que yo, sufrieron como yo, rieron como yo y pudieron superar las pruebas más difíciles usando diversos recursos. Recursos de los que me puedo adueñar y poner en práctica. Leer es vivir con la certeza de que no estamos solos. Leer es una forma de caminar acompañados. Leer es una excusa para dejarnos llevar, que otro nos cargue. Leer es liberarse y es confiar que hay alguien más que mueve los hilos de la historia. De esta historia, la de ficción y la nuestra, la real, la de cada día. Leer es una experiencia que vale la pena vivir. Celebremos el placer de la lectura. Una costumbre muy recomendable.

El mundo del trén


Boletos, silbatos, apuros y el molinete. La locomotora avanza y los pasajeros dejan todo atrás, para viajar sólo con aquello que cargan, aquello que son. En cada vagón, decenas de historias, personajes y gestos. El vendedor, el pensador, el niño mendigo, el cantor, el lector, más allá, el dormilón y desde lejos el guardián de “Boletos, por favor”. El que se pierde en su música con la mirada vagabunda, el que aguza el oído para escuchar una conversación, el que lee el diario del vecino, el que se cuela en la fila para entrar, el que se endereza en su asiento para mirar el paisaje.

Las vías se extienden al infinito, la tierra comienza su latido, la ventana se vuelve película. Otro viaje comienza.

“Es tanto lo que envuelve y rodea al mundo del tren que todo amante de la fotografía, el cine, la literatura, la pintura se ha tenido que ver atrapado por él en algún momento de su vida”.

El aroma de la tierra húmeda después de una tormenta. Un atardecer en la playa. Un día de frío junto al fuego. Un buen par de guantes de lana. Las gotas de lluvia contra el vidrio. Una fruta recién cortada. Una taza de café humeante.

Un plato del pescado del día, de esos que se sirven en una aldea de pescadores. El aire salado sobre la piel. Flotar en un bote sin motor. Contemplar el océano azul, cristalino e infinito. Un cielo estrellado. Un horizonte de nubes naranjas por el sol.

Salir de viaje y recorrer kilómetros y kilómetros de ruta cuya fisonomía cambia de un momento a otro. Ciudad, campo verde, desierto y, luego, las montañas. Picos majestuosos que casi tocan un cielo que parece pintado. Detenerse en la banquina y aspirar ese aire virgen de contaminación. La brisa fresca en la cara cuando el caballo galopa a toda velocidad.

Contemplar el instinto materno de un animal con su cría. Sentarse frente a la televisión y ver un documental de Discovery Channel de punta a punta. Dejarse llevar por lo asombroso de la naturaleza, por el milagro de la vida. Juntar semillas, sembrarlas y ver crecer una planta. Regar nuestro jardín y admirarse de sus colores durante la primavera. Desayunar empañados por un amanecer de invierno.

Un ramo de flores. Una huerta en casa. Un chorro de agua fría en la cara. Zambullirse en una laguna de aguas transparentes y dejarse llevar. Hacer la plancha mirando el cielo. Nadar con antiparras. Volar en avión. Andar en bicicleta. Salir a caminar.